miércoles, 29 de septiembre de 2010

Mis palabras ahijadas



El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre,
y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.
Gabriel García-Márquez
(Cien años de soledad)


Chigre, balde, tendal, bochinche, gaznápiro, trápala... Nos van faltando dedos para señalar todas esas cosas que se convierten en espectros del pasado porque las palabras que las nombraron siempre, desaparecen.

La Escuela de Escritores y la Escola d'Escriptura del Ateneo de Barcelona quisieron, en el año 2.007, celebrar el Día del Libro proponiéndonos una labor de amor a la lengua: apadrinar palabras en vías de extinción o, para predicar con el ejemplo y rescatar del desuso el término exacto que las designa, palabras obsolescentes.

Todos, quien más, quien menos, tenemos algunas palabras asociadas al corazón, adscritas a la memoria, ecos de nuestra infancia. Chiquilicuatre, locatigüisquis, pintiparado. Unas palabras que hace años que no oimos y sin embargo nos pertenecen. Saltimbanqui, querubín, cáspita. Palabras que, desde luego, no consentiríamos que nos arrebatasen. Abarloar, organdí, zarzaparrilla. Palabras, al fin, que nos gustaría que siguieran vivas, cuando ya no estemos.

La iniciativa pretendía salvar el mayor número posible de esas palabras amenazadas por la pobreza léxica, barridas por el lenguaje políticamente correcto, sustituidas por una tecnocracia lingüística que convierte en "técnicos de superficie" a los barrenderos de toda la vida o perseguidas por extranjerismos furtivos que nos fuerzan a hacer 'outsourcing' de recursos en lugar de subcontratar gente.

El día 23 de abril del año 2.007, las palabras apadrinadas por todos los internautas que participaron en esta iniciativa pasaron a formar un nuevo hábitat: en http://www.reservadepalabras.org estarán siempre que queramos  volver a verlas y también podrán hacerlo nuestros hijos y nietos, para no tener que señalar con el dedo aquello que designan.

Las primeras filas de nuestros políticos e intelectuales abrieron fuego, y así, y por citar algunos ejemplos:

José Luis Rodríguez Zapatero apadrinó "andancio", antaño usada en un entorno geográfico reducido a su León natal, aunque llegó a pasar a Cuba y algún otro lugar de nuestra expansión colonial. Andancio se usaba para referirnos a una epidemia leve y de escasa relevancia.

Mariano Rajoy quiso aprovechar la ocasión para seguir haciendo campaña y sugerir cambios, por lo que escogió "avatares".

Gaspar Llamazares -más centrado en la auténtica finalidad de la cuestión- escogió "coloniales", un término con el que empezaron nombrándose los establecimientos que un poco más tarde pasarían a ser ultramarinos, por ser aquellos en los que se vendían los productos traídos desde nuestras colonias.

Yo apadriné dos:
"Mangante": así me decía mi abuelo cada vez que consideraba que perseguir lagartijas por el pueblo resultaba más divertido que estudiar...

"Castúo": porque creo que la globalización acabará afectando -por desgracia ya lo está haciendo- a la idiosincrasia con la que se entonó siempre el castellano, en mi tierra extremeña.



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